domingo, 5 de julio de 2009

Conocí por primera vez a mi padre hace dos años. Tenía tanto miedo que no podía mostrarme, el mismo miedo que hoy me impide pedir que me salven. Uno es para sí mismo su peor verdugo, pero también la única persona que puede otorgarse la salvación.
Entiendo que tú nunca tuvieras hija. Siempre me habías parecido inalcanzable.

Quiero pensar que sentiste alivio. Aquella acusación fue la más dolorosa. Desearías que no estuviésemos juntos. Vosotros me otorgasteis la fuerza para sosteneros, la fuerza que nunca me ha correspondido. Carezco de lugar entre vosotros porque una persona debería bastarse como para alcanzar lo mejor de sí, como para saber que ha de responsabilizarse de sus acciones para tomarlas al margen de cómo éstas repercutan en los demás. Nunca aprendimos a liberarnos de la culpa.
Tus ojos se perdieron en el leve batir de los árboles. Nunca llegaría a creer que te arrepintieses de habernos tenido. Hubiese querido demostrar que no os habíais equivocado. Hay muchas maneras de huir, y la mía fue quedarme a vuestro lado, sometiéndome a la mentira que nos ataba a todos. Tener una hija que nunca llegase a adulta os permitía seguir siendo eternamente padres, y no deteneros mientras tanto a observaros como pareja.

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